Por Luis Miguel Guerrero
Sin un reglamento definido, el objetivo principal del Béisbol a mediados del siglo XIX era permitir que los bateadores pusieran la pelota en juego tanto como fuera posible.
En en el Reglamento de Knickerbocker de 1845, en el que se incluían algunas de las primeras reglas escritas del juego, no se mencionaba de forma especifica el tema de los strikes.
De tal forma, los bateadores recibían muchas oportunidades para conectar la “redonda”. Y en verdad eran muchas oportunidades: originalmente, el out por los tres strikes no existía, y cuando este se reglamentó en 1858, aún con la zona de strike definida había una cantidad ridícula de advertencias: el primer lanzamiento no podía ser strike, y los ampáyers debían advertir a cada bateador que cierto lanzamiento sería strike la próxima vez.
Por si fuera poco, el concepto de “bola mala” aún no existía, por lo que los pitchers continuaban enviando lanzamientos abiertos esperando a que el bateador se impacientara.
Todo esto comenzó a alargar los partidos: los bateadores, con libertad para esperar el lanzamiento perfecto, podían dejar pasar de 40 a 50 envíos por turno al bate. Por ejemplo, en un partido de 1860 entre los Atlánticos de Brooklyn y sus vecinos los Excelsiors, se lanzaron 665 envíos al plato … en tres entradas.
Los juegos entonces se suspendían por falta de luz natural, hasta que en 1863 se reglamentaron los lanzamientos malos, llamados “bolas”. Aún así, el concepto aún tuvo que ir puliéndose: solo cada tercer lanzamiento malo se llamaba “bola”, lo que significaba que un bateador solo podía caminar a primera después de nueve de estos envíos fuera de la zona de strike.
A medida que los marcadores finales fueron disminuyendo y que los pitchers mejoraban en su labor, la regla fue ajustándose: primero a ocho bolas, luego a siete, luego a seis y así sucesivamente, hasta que en 1889, la liga estableció en cuatro las bolas “malas” para otorgarle al bateador la base.